Nos sobrecoge, nos conmueve, nos revuelve, nos asombra,
nos asquea hasta la náusea, nos repugna, nos llena de rabia. Nos resulta
imposible entenderlo. Pero existe. El mal es un fenómeno que siempre ha llamado
la atención de la humanidad.
¿Qué han dicho sobre él los filósofos a lo largo de la historia? ¿Es consustancial al ser humano? ¿Qué lo provoca? ¿Debe la sociedad asumirlo de forma natural?
¿Qué han dicho sobre él los filósofos a lo largo de la historia? ¿Es consustancial al ser humano? ¿Qué lo provoca? ¿Debe la sociedad asumirlo de forma natural?
El mal hecho realidad. ¿Qué han
dicho sobre él los filósofos a lo largo de la historia? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo combatirlo? ¿Es posible
vencerlo?
La maldad como parte de nuestra naturaleza
El ser humano siempre ha sentido una
buena dosis de atracción por el mal. Ya
sea por su condición de prohibido, o por la dificultad y el reto que supone
explicar aquello que parece inexplicable, el mal siempre ha llamado la atención
de la humanidad.
Incluso nos ha llevado al interés
casi morboso por sus casos más execrables. Como sociedad, llegamos a sentir
cierta fascinación por los malvados. Mucho antes de que los medios de
comunicación de masas repitieran mensajes, informes y datos por doquier, los
hombres y mujeres que poblaban la Tierra se sentían llamados a investigar este
fenómeno.
Algunos, como el alemán Arthur
Schopenhauer, defendían que el mal tiene un punto de partida incontestable:
nosotros mismos. El mal forma parte de nuestra
naturaleza tal y como lo hacen el amor, la violencia o el deseo. El alma humana
es lo suficientemente grande como para albergar todos esos extremos. “En el
hombre está el abismo más profundo y, a la vez, el cielo más alto”, decía
Schelling.
“¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por lo tanto
tengo dentro de mí todos los demonios” Gilbert Keith Chesterton, (escritor
británico)
No fue el único. Friedrich Nietzsche
iba un paso más allá y ponía el origen del mal no sólo en el ser humano, sino
en la propia naturaleza. El mal
está en todas partes, en todas las especies. No se trata de una malformación,
ni de algo circunstancial. El mal no es un accidente.
Forma parte del todo y la prueba
está en que, si uno observa la naturaleza, puede ver que hay maldad en todos
los ámbitos, de la misma manera que hay bondad. De ahí que resulten ridículos
nuestros intentos racionales de enfrentarnos al mal, disminuirlo o acabar con
él. A la naturaleza no le importan nuestras normas morales y no se doblegará a
ellas.
El mal y Dios
Otro aspecto que se ha repetido a lo
largo de la historia ha sido el de la aparente incongruencia que se presenta
entre la existencia del mal y los supuestos poderes de las divinidades. Epicuro, Hume, el Marqués de Sade y un largo
etc. han analizado esta situación, de plena vigencia incluso en la actualidad.
La religión cristiana, mayoritaria
en Occidente y pieza importante de nuestra sociedad, defiende la idea de que
vivimos bajo el amparo de un Dios omnipotente y de infinita bondad. Sin embargo, ambas virtudes parecen fallar
frente a la existencia del mal, pues de ser esto cierto, debería ser
relativamente fácil hallar una solución, simplemente eliminando Dios el mal del
mundo.
Por un lado, se nos abre la
posibilidad de que, asumiendo que el mal existe, este lo hace porque Dios así
lo permite; pero, siendo ese el caso, entonces no podríamos concluir que Dios
es infinita bondad, porque de serlo no permitiría que ocurrieran las
barbaridades que sufrimos y vivimos.
Por otro lado, se nos plantea que la
existencia del mal se deba a la incapacidad del Dios para impedir su
existencia, de lo que hemos de concluir que, por lógica, carece del poder
absoluto que la religión asocia a su ser.
¿Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz?
Entonces no es omnipotente.
¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.
¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal?
¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?
Paradoja de Epicuro
¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.
¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal?
¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?
Paradoja de Epicuro
El escritor John Milton, autor
de El paraíso perdido, analizaba precisamente esta dicotomía,
ofreciendo una causa: nuestro libre albedrío. El
mal existe porque somos libres, porque Dios quiso que no fuéramos seres
encadenados.
Ese es el precio que pagamos por la
facultad de elegir qué queremos hacer o ser. Similar postura sostienen varios
autores en la actualidad, como el Rudiger Safranski: somos malvados
precisamente como consecuencia directa de nuestra libertad.
Una visión que también observó en su
día el filósofo inglés Thomas Hobbes, si bien, para él, dicha libertad no era
un modo alguno algo bueno. La
humanidad, en libertad, tiende a caer en el mal, el caos y el sufrimiento,
generándose un estado de guerra de todos contra todos que únicamente puede ser
combatido mediante un poder judicial restrictivo que siembre el temor al estado
en el corazón de sus ciudadanos.
¿Fruto de la ignorancia? ¿Parte de la virtud?
No han sido las únicas
aproximaciones al mal que hemos visto en la filosofía. Uno de los primeros en
analizar este fenómeno fue Sócrates. Como
se desprende de los Diálogos de Platón, el maestro griego atribuía
el mal a la ignorancia. Es decir, que los humanos somos malvados por la
sencilla razón de que no conocemos qué es el bien y cómo hemos de actuar para
vivir conforme a él. El malvado no sería tal si tuviera verdadero conocimiento
de su error. Si fuera consciente de que vivir éticamente es la mejor manera de
vivir, la más feliz, no optaría por la maldad.
Aristóteles, en cambio, tenía como
piedra angular de su ética la moderación. Para
el filósofo macedonio, es en el justo medio entre dos diferentes extremos donde
se haya la virtud, algo que, por otra parte, ha sido muy criticado por
filósofos posteriores. Por ejemplo, aplicado al caso que nos ocupa: ¿hay virtud
en una maldad moderada?
El concepto de justicia
Entendemos la justicia como el dar a
cada uno lo que merece, decía Tomás de Aquino. Sin embargo, no resulta tan fácil como parece
dicha afirmación. Especialmente en nuestra época, de pleno relativismo, se
observan múltiples puntos de vista respecto a lo que es justo o no,
especialmente en diferentes situaciones.
No existe una norma ética unitaria.
Para algunos la justicia es blanda, para otros es excesiva, y para todos, la
interpretación varía dependiendo de la postura personal o grupal en que nos
situemos.
“Quien no castiga el mal ordena que se haga” Leonardo
Da Vinci
El pragmatismo –como movimiento
filosófico– observaría todo este debate desde una posición muy concreta: la de
los fines; si los hechos objetivos
consecuencia de nuestras acciones resuelven o no el problema. La realidad, algo
que a menudo parece olvidarse, es el sumo sacerdote de nuestras teorías e
iniciativas.
Si algo no da el resultado deseado,
es preciso realizar cambios, de manera que nos acerquemos al fin que se busca.
De lo contrario, caeremos en la definición que daba Albert Einstein de la
locura: “Hacer lo mismo una y otra vez esperando diferente resultado”.
Fuente: Filco.es/
Fuente: Filco.es/